martes, 9 de septiembre de 2014

HIJO DE PUTA


Bajito como era, gastaba unos ojos tristes como de niño regañado, un pelo entre castaño y pelirrojo con aspecto de peluca mal puesta, una apertura a modo de boca pequeña con labios finos y mal cortados, y una envoltura general que dejaba mucho que desear para los estándares habituales por aquellos barrios entre los de su género. Pero él podía llegar a ser muy hijo de puta. Y su amigo rubio más. Tenía un amigo rubio que podía llegar a ser más hijo de puta que él. E insistía erre que erre en saber el nombre de la camarera a la que llevaba jodiendo con sus reclamos durante un rato que parecía interminable, e insistía en dejarla muy claro todo lo hijo de puta que podía llegar a ser. Porque él sólo quería hablar; bueno, también quería que la camarera le contara a qué horas trabajaba y a qué hora terminaba de trabajar porque, por fin lo confesó a los parroquianos del bar que quisieron escucharlo, resulta que el hijo de puta se había enamorado.

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