No hacía más que darle vueltas a todo pero las palabras salían del
cerebro confusas y terminaban arremolinadas en su boca como un torrente de agua
sucia. Intentaba expulsarlas de allí con ligeros impulsos de su garganta, pero
no había forma: agolpadas unas encima de otras, maltrechas, se agotaban a sí
mismas en el estrecho paso que separa el ser del no ser. Quizás tumbado fuera
más fácil. Se acostó, apagó la luz y, justo antes de cerrar los ojos, pensó
cuánto le gustaría que le besaran en ese momento. Pero tampoco dijo nada. Como
tributo a la nada, las palabras permanecieron en su boca a modo de resignado
consuelo melancólico.
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