Arrebujado
en el fondo del sofá esperaba el final de la película, volando de canal en
canal y de spot en spot, mientras intentaba recordar el nombre de esa crema
revitalizante que tenía la virtud de ocultar las profundas grietas con sabor a
soledad que poblaban su rostro. Pasaban las imágenes y le horrorizaba la idea
de volver solo a casa una noche más, sin un asesino feo que hundiera la navaja
de una santa vez en lo más profundo de sus ingobernables tripas, y sin una mala
ladrona que le robara la cartera, el orgullo, o el corazón, en el orden que
mejor le viniera en gana. Presa de un cansancio indeseado, mientras las últimas
luces de la carta de ajuste entregaban su vida, rogaba al cielo dar con el
nombre de la puta crema, y que le dejaran elegir, siquiera por una vez, el
final de su película.
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