Se creyó a salvo amurallado tras altas mentiras. Pero no hubo
forma. Cuando los primeros truenos desquebrajaron el aire, una camarera con
forma angelical le susurró al oído algo parecido a una verdad: hace tiempo que en
el cielo no salvan a los que no se salvan a sí mismos. Y por si hubiera dudas,
completó su mensaje afirmando que, de tejas para abajo, hasta los que viven del
aire mueren de hambre si no mueven el culo y son bendecidos con una pizca de
suerte. Cuando salió del bar, no sabía que pensar.
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