No
me pregunten ni cómo ni por qué, pero lo hizo: se convirtió en piedra, una
piedra ligera decía él. Fue entonces cuando comenzaron a llamarle poeta. Luego
quiso ser alma de espuma, y sol, con tan mala suerte que acabó convertido en metáfora
de callejón sin salida. Pero no cejó en su intento y, mientras dormía entre cartones
a la puerta de un banco, decidió extender los silencios. Y lo hizo. No fue sino
más tarde, al final, cuando le pareció oportuno recurrir a las palabras mil
veces derrotadas para intentar decir algo que no estuviera ya dicho. Esto fue
lo que dejó escrito: “Llamaron poeta al hombre que quiso conocer el alma de las
piedras”. Luego desapareció para, más tarde, volver a aparecer, pero ya en
forma de muerto.
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