Cerró el libro y a renglón seguido cerró sus párpados, dispuesto a
sumergir el inconsciente en un mar de sueños insondables o de vigilias
infundadas, que de todo hay en las noches del señor. Y habló con él, y al viejo
anhelo de despertar con vida cada mañana, le sumó el ruego de que el escozor de
las lágrimas que estuvieran por venir resultase llevadero, y un último encargo:
que con todo lo que tienen de consuelo melancólico y cálido reposo, las
palabras permanecieran en el sitio donde las dejó.
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