Mientras sus gestos parecían construidos con una aleación mezcla
de tristeza e indolencia a partes iguales, el mundo a su alrededor era un puro
hervidero. Quizás por eso, aunque tenía la sensación de que su cuerpo temblaba
de forma continua y violenta, los demás no notaban nada. Estaba siendo
castigado por sus pecados futuros, de eso no tenía duda alguna, y esa certeza
producía en él un miedo innominado y una ganas enormes de recluirse por
completo en los estrictos límites del reino vegetal.
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