Se pensaba, no sin razón, que la incontrolable profundidad de sus
caprichos y el abuso de la apnea sexual, la suspensión voluntaria de la
respiración dentro del sexo, eran los causantes de una sensación de culpa
excesiva que le traía por la calle de la amargura. Sólo encontraba alivio
forzando un cansancio descomunal de inspiración diabólica que concluía en un
sueño profundo y artificial. No era consciente de su propia pulcritud y, quizás
por eso, su mudez tenía tintes de murmullo glacial.
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