lunes, 13 de octubre de 2014

CUANDO SE DESAYUNABAN


Una tarde, mirándose casi sin ojos, descubrieron que, a falta de distancia que recorrer, al tiempo le costaba avanzar. Y fue por eso que decidieron vivir con sus cuerpos bien pegados. De tejas para abajo la ley de ralentización del tiempo funcionó como un reloj, de modo que el amor, su amor, envejecía sólo lo justo, es decir, más bien poco. Las consecuencias prácticas se hacían evidentes desde primeras horas de la mañana, cuando se desayunaban el uno al otro sin que pudiera apreciarse en ellos prisa alguna.

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