viernes, 3 de octubre de 2014

MACCHU PICCHU

Ciego ante lo evidente, se limitaba a constatar cómo las avalanchas de niebla se apoderaban de sus párpados y eran capaces de derretir grandes verdades que, fundadas sobre el basalto, tenían apariencia de eternas. Con todo y eso, se sentía feliz: ni el incendiario deseo, ni las impuras hebras de la palabra, ni los muertos, ni las oligarquías, ni la arena misma mil veces traicionada por el olvido, ni el leñador y los fugitivos, ni las flores, ni el gran océano, ni el canto de los ríos,…nadie excepto él, pudo conquistar las hondas alturas de Macchu Picchu.

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