martes, 7 de octubre de 2014

TARÁNTULAS


Incapaz de conmover a nadie, ni siquiera a las moscas que abarrotaban el tugurio, se abrumaba y se embrutecía según las pendulares leyes de la estupidez, ora bebiendo largos tragos de un anís de dudosa procedencia, ora mirando retazos de televisión justo en el momento en el que la novia del chofer del hijo de un torero realizaba unas declaraciones que, en opinión del reportero, resultarían definitivas para un asunto de cuya sustancia no se enteró muy bien. En ese ir y venir del alpiste a la pantalla hubo momentos en que su conciencia vagó por regiones de terrosa indiferencia, y fue en una de esas donde le asaltó la certidumbre de que acabaría solo, más solo que las tarántulas.

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