Acostumbrado
como estaba a la fea costumbre de disfrazar su voluntad, de enmudecer si
hiciera falta con tal de no destacar, de obedecer sin más con tal de no
arriesgar, se encontró un buen día en la tesitura de querer, y para ello tuvo
que refundar su yo. Los amaneceres, los besos, las canciones…todo le empujaba a
salir de aquel templo con sábanas de mármol. Pero ni modo. Entre la realidad y
el deseo, una vez más, mediaba el vértigo del abismo.
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